viernes, 18 de noviembre de 2011

Noches eternas

Tan cerca veo de nuevo el fondo de la noche
y siento la misma sensación de que me hundo,
de que no podré salir.

Cuerpos elevándose rodeados de sus angustias
y el baile de los ojos cegados por la confusión,
por el sueño inalcanzable.

Lo que hay de realidad o de fantasía no importa,
la pesadez es la misma de un lado o del otro,
la melancolía tan inherente al ser.

Cómo arrebatan la vida los minutos
tan presentes y tan ciertos...

sábado, 12 de noviembre de 2011

Así que quieres ser escritor, ¿eh? (So you want to be a writer?) de Charles Bukowski

Si no brota de ti a borbotones
a pesar de todo,
ni lo intentes.
A menos que te salga por voluntad propia
del corazón y la mente y la boca
y las entrañas,
ni lo intentes.
Si tienes que permanecer horas sentado
mirando la pantalla del ordenador
o encorvado sobre la
máquina de escribir
en busca de palabras,
ni lo intentes.
Si lo haces por el dinero o
la fama,
ni lo intentes.
Si lo haces porque quieres
mujeres en la cama,
ni lo intentes.
Si tienes que sentarte y
rehacerlo una y otra vez,
ni lo intentes.
Si sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
ni lo intentes.
Si quieres ser como algún otro,
olvídalo.

Si tienes que esperar a que salga de ti
con un rugido,
entonces espera tranquilo.
Si no llega a salir de ti con un rugido,
dedícate a otra cosa.
Si primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a tu novia o tu novio
a tus padres o quienquiera que sea,
no estás preparado.

No seas como tantos otros escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman escritores,
no seas soso, aburrido y
pretencioso, no te dejes consumir por el
narcisismo.
Las bibliotecas del mundo
se han dormido de
aburrimiento
con los de tu calaña.
No lo empeores.
Ni lo intentes.
A menos que te salga
del alma como un cohete,
a menos que creas que la inactividad
te llevaría a la locura o
al suicidio o al asesinato,
ni lo intentes.

A menos que el sol en tu interior te
abrase las entrañas,
ni lo intentes.

Cuando de veras sea la hora,
y si estás entre los escogidos,
cobrará vida por
sí mismo y seguirá cobrándola
hasta que mueras o muera
en ti.

No hay otra manera,

ni la hubo nunca.



(Escrutaba la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta, Charles Bukowski, traducción de Eduardo Iriarte).

jueves, 3 de noviembre de 2011

Noctuidae

Ese día lo despertó con una patada, con el rugir de la bestia que cada mañana lo hacía querer no levantarse y quedarse dormido toda la mañana, todo el día, no volver a despertar, para qué. Respirando hondo lograba controlar ese impulso de terminar con la repetición de la vida, de quedarse acostado con la tranquilidad de permanecer alejado del mundo que tanto lo hacía enfadar. Estaba oscuro afuera y entraba el viento frío por la ventana, eso no le gustaba, no le gustaba el frío, no le gustaba que estuviese nublado, tampoco le gustaba cuando en verano el Sol desde temprano iniciaba su recorrido a través del cielo. A esa hora no le podía gustar nada.

Ecos de la pesadilla que había tenido apenas antes de despertar, hace una eternidad, inundaban sus pensamientos al andar por la calle. Hacía frío. Se olvido rápido de gran parte de su pesadilla y sólo quedaba lo perturbador de su inconsciente temor, como la única y  absoluta certeza que venía a su mente cuando no deseaba levantarse por las mañanas, la mariposa negra que lo espera posada en la puerta de su casa. Sí, la expresión de la gente esa mañana era toda igual; todos le recordaban esa parte de su pesadilla. Los autos lo deprimían. Son tantos, son muchos, no dejan cruzar, no se detienen, chocan, casi atropellan a alguien, todo es ruido. Todo es un silencio inquietante en su memoria, la pesadilla que había perfundido su realidad. Cuando se da cuenta ya nada le importa. Leyó al despertar unos párrafos del libro que siempre tiene en su mesita de noche junto a su cama, ese libro en el que siempre encuentra reflejos de tranquilidad, esencia perdida. Después de ver por la ventana recordaba poco, de pronto ya estaba ahí, en la calle, con su ruido, sus autos, su frío, caminando a quién-sabe-dónde.

Pensó en cuánto amaba los días nublados y los soleados y el frío y el calor y todo, todo le gustaba ahora. Anduvo, deteniéndose a veces a pensar, sentándose a ver pasar a la gente, perdiéndose de repente, quedándose inmóvil, hundido en la inconsciencia y en esa desesperación latente que lo perseguía. Ya volvía la noche. Ya odiaba todo de nuevo. Ya nada importaba. Se había perdido, no recordaba donde se encontraba. Tal vez debería pedir ayuda, pensaba, pensaba, tal vez debería seguir caminando, tal vez no tenía en realidad un lugar al cual ir, pensaba. Desde hace un rato que un par de policías no le quitaban la mirada de encima. Pensaba. Había una mariposa negra en su hombro que le recordó su pesadilla perpetua,en la que tantas veces había despertado y de la cual nunca había logrado salir. Sus sueños sobre no poder dormir y el deseo de nada era todo lo que llenaba su pensamiento. Nada. Eso era lo que deseaba, llenarlo todo de Nada.

Todo se movía, y la Nada en su interior. Cuando sintió el golpe le dejo de importar su interior y sólo le preocupaba comprender cómo era que no se le había ocurrido correr al ver que los policías caminaban hacia él. Era como la continuación de su pesadilla, en la que después de las mariposas había vuelto esa incontrolable bestia que lo despertaba a patadas por las mañanas, pero en su pesadilla era de madrugada, y la bestia lo tenía demasiado inquieto, tanto que corrió despavorido por la calle, gritando y maldiciendo. Un hombre se le acercó apresuradamente e intentó detenerlo, hablarle, tranquilizarlo; pero la bestia le aullaba al oído, y era un sonido chirriante, terrible, que le revolvía los pensamientos con sus instintos, con su bestia interior. La parte racional de su ser se sentía lejana, dormida. El universo entero se volteó en unos instantes, todo lo movía la confusión y su cuerpo no estaba más bajo su control. En medio de su desconcierto logró correr del lugar, tropezando con el hombre que ahora yacía en el asfalto con ojos que ya no mostraban el brillo de la mirada de los vivos.

Recordaba poco de lo que había sucedido después de su pesadilla. Revoltijo de palabras sin sentido en una sola taza de café por la mañana después de la ventana, después de la bestia, después de su pesadilla, de la cual ya no recordaba nada mientras el sedante y las luces de la celda lo mantenían alejado del mundo que tanto lo hacía enfadar, en el que tanto odiaba despertar, especialmente en los días fríos y nublados, y en los cálidos y soleados también.